Thursday, November 20, 2008

Porfirio: Diaz Machicao

PORFIRIO DIAZ MACHICAO nació en La Paz en 1909. Cursó sus estudios en La Paz, dedicándose a las letras desde muy joven. Fue director de EL PAIS, diario publicado en Cochabamba desde 1937 hasta 1953.
Ha publicado entre otras interesantes obras de genero narrativo: "Cuentos de Dos Climas", "El Estudiante Enfermo", novela, "Tropico", en colaboracion con el poeta Gregorio Reynolds. Ademas de sobresalir en el cuento, se ha posesionado con certera penetracion en el tema biografico, "Nataniel Aguirre", "Salamanca", "Melgarejo y Saavedra", son muestras de solidez y acendramiento. A traves de la pluma de Diaz Machicao, descubrimos los mas nitidos perfiles de la historia, que otros autores no han sabido valorar en su magnitud, ni imprimir su exacta significacion historica.
Entre sus obras figuran: CUENTOS DE DOS CLIMAS, 1936; 'EL ESTUDIANTE ENFERMO, 1939; HISTORIA: SALAMANCA, LA GUERRA DEL CHACO, TEJA DA SORZANO, 1955; PROSA y VERSO DE BOLIVIA, 4 tomos, 1966, 1967 Y 1968.



"Quilco en la raya del horizonte" es un cuento logrado, que apareció en CUENTOS DE DOS CLIMAS, boliviano por excelencia puesto que no sólo narra hechos netamente nacionales, sino que con sutil delicadeza bosqueja el orgullo auténtico del indio que descubre su identidad, boliviana e india.
Se trata de una historia lineal donde el autor presenta al indio boliviano: sus anhelos, sus esfuerzos, su trabajo y su idiosincrasia. Presenta al indio que salido del Altiplano llega a la gran urbe y asiste a la escuela. A una escuela donde se le inculcan ideas y anhelos europeos. Sus condiscípulos se burlan de él porque es indio: "¿Qué hará Quilco en la vida?" le dicen y se ríen "por arañarle el alma".
Quilco sueña quimeras. Se imagina ser un magnate de "Wall Street" pero la sangre y la tierra le llaman. Se imagina dejar la pampa altiplánica y surcar por los mares infinitos, mas la sangre y la tierra le llaman. Se imagina poder olvidar a los suyos y poder enamorar y amar a una mujer blanca; dejar los "phullos" (vestimenta de la indígena boliviana), y gozar de "la caricia de la seda sensual" de la mujer blanca, mas la sangre y la tierra le llaman. Ha estudiado, es diferente a los blancos y a los indios. Tiene derecho a olvidar a los suyos e incorporarse a los blancos, pensar como europeo, actuar como acaudalado. Mas otra vez la sangre y la tierra le llaman mientras sus compañeros le hieren 'las entrañas: "¿Qué hará Quilco en la vida?".
Finalmente, resuelto responde: "Nada" y vuelve a sus campos y hablando con su padre le dice: "Tatay, me he regresado...".
El cuento no presenta lo indio como algo exótico, sino presenta un indio real, de carne y hueso, que sufre y ama, que sueña y medita. Sobre todo que medita y dejando de lado posibles fortunas, mujer blanca, viajes y otros, prefiere volver a los suyos, a su apacible tierra.
QUILCO EN LA RAYA DEL HORIZONTE
Claro, como era nieto de indios le llamaban Quilco, por burlarse de él, por arañarle el alma. El no hacía caso. Le sacaba joroba, como los gatos, a sus impulsos y contestaba con el brillo de sus ojos. Y nada más. Un gato asustado de los ratones... Luego, entraba resbalando, despacio, con susto, en su desolación.
-¿Qué hará Quilco en la vida?
-¡Bah, a lo mejor nada!
Es muy difícil, en veces, llegar a la dificultosa y horrible decisión de no hacer, nada. A Quilco lo sujetaba su raza, amarrado a la contemplación. Dentro de sí había algo que era como una dentadura que masticase coca. De rato en rato escupía un deseo. Pero era un deseo tan absurdo...
-¿Qué hará Quilco en la vida? -Los colegiales reían.
Entonces él sacaba una uña interior y rasguñaba un anhelo:
Navegar... Pero no entre las totoras del lago milenario y sagrado de su pampa, ni en la barquita frágil de las pajas secas, sino en los buques grandes, mecidos por la bravura de las olas en unos mares enormes, enormes como el tiempo, como su ansia, como él... y despegarse de las orillas para ir fraternalmente con el aire infinito, encerrado por muros de horizontes y de charla con el agua frenética, vestida de experiencia y encanecida de espumas. Ir por el mar..
Quilco solía repetir...
-Ir por el mar...
Sin embargo su pena inútil volvía a mascar sus hojas de coca. Ninguno de los suyos, hombres envueltos en el viento helado de las cordilleras, conoció el mar. El mar de los indios estaba seco, muerto bajo el cielo azul: el Altiplano. Sin espumas, sin olas, sin playas, mar de tierra gris, rayado por la paciencia de los bueyes. Mar con mortaja. Por eso él quería navegar en los barcos de hierro, para matar la angustia de su mar muerto y cambiar la coca por el licor marinero. Para dejar de ser lombriz y convertirse en pez. Si él pudiera abrazar un paisaje nuevo... Si él pudiera enredar su corazón entre las algas mojadas y escuchar el secreto de otros mundos...Quilco sería Colón, o Pizarro, o simplemente el último vagabundo de la tripulación, el que obedece, el que sufre, el que se retuerce con la espina de la impotencia y del silencio. ¡Aunque fue así! Pero del fondo de la sombra, algo le tiraba fuertemente a la entraña de la tierra. Quilco se quedaba...y la nave de ilusión se iba, se perdía en el confín, cayéndose y levantándose entre las olas. Los marineros limpiaban la sal de mar de sus frentes sudorosas y reían sus corazones una carcajada de muchos cielos y tenían un ademán para recordar todos los puertos en! donde habían anclado. Quilco, abandonado en el puerto, guardaba el pañuelo de la despedida.
-¿Qué hará Quilco en la vida?
Derrochar... Sí, derrochar locuras y riquezas. Llegar un día a Nueva York, comprar acciones, venderlas, volverlas a comprar según el diagnóstico de los juegos de bolsa. y subir en un coche y correr la carrera de fiebre de la vida moderna, quitándose un segundo de tiempo para sonreír por un recuerdo romántico, o dedicando nada más que tres minutos para pensar en la humildad, el amor y la belleza. y saludar a Dios si el buen humor se lo permitía. Y ponerle al cocktail unas gotas de transacción V la alegría de un 10% al cigarrillo. Mientras tanto él vería crecer su fortuna como a un nene robusto, con mejillas de crédito, ojos de prosperidad y abdomen de cuenta corriente... ¡Mister Kilko!, el qran Mr. Kilko, el Rey de las Maderas... Mr. Kilko.- Quinta Avenlida, Nueva York. Estados Unidos de Norteamérica -metiendo las manos en una bolsa de oro! Y echando también el oro por las ventanas del rascacielos, con cimientos de sindicato o de sociedad anónima. Mr. Kilko asegurado, Mr. Kilko la astilla viviente de la Bolívian Madera, Society Corp. ¡Mr. Kilko un hombre de oro!... Pero una mano insistente le atraía para abrazarlo a traición: la raza, la raza fuerte, imperdonable, asesina del ensueño. Ninguno de los suyos fue usufructuario, ni jamás conoció el derroche, menos aun la locura. Eran indios que para recorrer un camino vacío, ponían en él la humildad de una pisada esclava. Y tenían por reloj al sol en las jornadas sin fin de las penas largas. No hubo nunca en sus vidas el más leve intento de locura. Al contrario: pequeños de acción, no comerciaban porque horadaban la tierra para hacerla germinar con una lágrima en el tiempo de un silencio crecido. ¡Indios, pobres indios!...Quilco entraba sobresaltado, huraño, en el ritmo doliente de la realidad.
-¿Qué hará Quilco en la vida?
Amar... Amar con todas las fuerzas. Vivir entregado a una pasión. Conquistar a una mujer, como fruta extraordinaria, y saborearla en el triunfo de una nueva independencia. Una mujer blanca, una castellana de gran mundo, una dama... Nó la Lurpila del campo, ni la Kantuta pastora, con los dedos pegados a la rueca, recortándose en el confín del yermo. Nó. Quilco quería una señora, una matrona. Ya no serían para él los roces de los phullus tejidos con lana de las ovejas, sino la caricia de la seda sensual... Mas, nuevamente, con tenacidad, volvía a hundirse en la miseria de su resignación. Todos sus ensueños se deshacían. La sangre oculta en su carne bronceada lo llamaba a la cordura, al retorno paciente. Nunca un corazón aymara había latido por mujer de otra raza. Nunca. Ni fue cálida la mente para abandonar su frontera de siglos. ¡Ay de aquel que deseara ver atrás del horizonte límite! Solamente la Lurpila y la Kantuta, la rueca v las ovejas para los hombres rudos de la raza fuerte. Mientras se vá tejiendo un poncho, se vá, a la par, tejiendo un destino. Y el que reniega del destino, va sin poncho, desnudo. a la intemperie del olvido...
-¿Qué hará Quilco en la vida?
-¡Bah, a lo mejor nada!-. Los colegiales reían de la timidez del compañero.
Entonces él, crucificado a los suyos, hincó las rodillas en su tercera caída, y su alma absorbió el polvo del suelo.
-¿Qué hará Quilco en la vida?
-El respondió resuelto:
-¡Nada!
Y tomó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar.
Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.
Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:
-Tatay, me he regresado...